31 ago 2023

La colonia que nunca duerme

agosto 31, 2023 Posted by M. A. Morán No comments
Ya no es un secreto a voces que aquellas personas que caminaban por las madrugadas en la colonia Margaritas, son las que han sembrado el pánico en las jovencitas que gustaban de quedarse con sus amigas hasta tarde.

Doña Esther, dueña del depósito Agua en las Rocas, es la que me cuenta la primera desgracia: su hija, que en paz descanse, es una de las jóvenes que cayeron víctimas de los feminicidios del año 2020, siendo ella secuestrada por una red de trata de mujeres. Más tarde, este grupo caería gracias a la presión social del colectivo feminista, que pudo dar con Fátima Esmeralda “P” y Cinthya Cordero “Ñ” siendo ellas las únicas sobrevivientes encontradas.

Doña Esther nos cuenta que, Imelda López, su hija de apenas quince años, se disponía a ir por su hermano menor a las canchas que están al lado de la escuela Saturnino Herrán, y que al llegar se topó con una cruda escena. A voz de una vecina —que prefirió quedar en el anonimato— se supo que los niños que jugaban en las canchas habían sido espantados por tres camionetas con vidrios polarizados que habían pasado a toda velocidad hacía Vivienda Digna, la colonia aledaña, no sin antes crear un aironazo de plomo y casquillos que había impactado en los pobres cristianos que jugaban con tranquilidad.

Imelda, quien se disponía a regresar a casa a comunicar tan amargo encuentro, también fue despachada por una de las camionetas que se había quedado atrás. Como si esa fuera su única misión, había agarrado a la jovencita y luego pelando gallo hacia la carretera rumbo a Juárez había desaparecido para siempre.

Doña Esther, con el alma rota y aun sin superar la tragedia de perder a sus dos hijos, me contó que el malviviente que se la había llevado se había contactado con ella dos días después. No era para pedir dinero o algún tipo de remuneración por la chiquilla, puesto que bien conocida la señora y el señor dueños del depósito, todo lo que habían querido era hacerle daño a la familia.

Durante toda mi charla con la mujer, Don Carlos Valdés, se había quedado callado. Ahora solo esposo, habiendo perdido a sus únicos niños, su rostro apagado me decía más con los ojos que con la boca.

En mi trayecto, la versión de las cosas de Juan Osorio había sido más pacífica. Los cortes de luz y agua durante la noche en la calle Tulipán, hacían que mucha gente dejara de dormir para proteger sus propiedades. Las casas eran iluminadas con velas, y los murmullos dentro se sentían como ásperas caricias que a la espera del día o la devolución de la luz, se hacían eternas bajo las noches sin luna.

Sin falta, su mamá se preparaba con unas cinco o siete velas por noche en caso de que no completaran. Según el joven, el calor del verano los hacía insoportables entre ellos, peleas y cada quien yéndose por su lado de la casa, los hizo caer en la desgracia.

El 15 de julio del año 2020 tuvimos —como ya era costumbre— un apagón a nivel sector que nos hizo a todos gritar del coraje. De eso me acordé muy bien.

Me contó que su padre, siendo un hombre de pocas palabras y mucho carácter, se la había mentado a la colonia y siendo esta la última frase que les dedicara, se había ido al techo a tirarse en el suelo para disipar el calor con el poco fresquito que hacía.

Juan Osorio bien conocido por ser un muchacho trabajador, pero muy borracho, me contó que ya estaban muy acostumbrados a la precariedad de la colonia, pero no a la de su propia sed. Él vio como su mamá encendió dos velas y continúo haciendo sus quehaceres nocturnos. La poca visibilidad les quitaba todas las ganas del mundo de continuar con sus tareas, y aunque a él no le afectaba de ninguna forma, dejaba de hacer sus cosas y se iba a acostar al suelo del porche para tomarse una o dos cervecitas.

No tardó mucho cuando un montón de borrachos sin nombre pasaron corriendo, detrás una patrulla y hasta atrás una camioneta negra. “El valor de aquellos que miraron fue para mí la hazaña más estúpida e innecesaria que pudieron haber hecho, pero gracias a ellos es que estoy contando esto” me dijo.

“Uno de los perdidos en la calle se asomó por el portón de mi casa y gritó con fuerza “¡nos persigue la chota y a ellos los malitos!”, yo no supe qué había dicho porque la cabeza ya la tenía en las patas, pero con el simple hecho de gritarme en la cara tuve motivo suficiente para que me metiera y buscara refugio debajo de la mesa”. Según lo contado, su mamá y su papá corrieron. Disparos de la nada, y pronto un enorme silencio que olía a muerte. Fueron tres minutos, ni más ni menos.

Me acordé de las camionetas que me había contado doña Esther y la vecina metiche. Juan Osorio había tenido otra perspectiva de la noche aquella, desde una calle más pobre y el punto de vista nublado por el alcohol.

Cuando todo pasó, su madre le pidió que fuera a buscar a su papá, puesto que se habían escuchado sus pisadas apresurarse a bajar, pero luego se había callado y no había aparecido. Juan contó que lo que vio al salir al patio para buscar a su papá, le quito hasta la cruda del día siguiente. Por el miedo dado y los balazos, el padre había tenido un ataque al corazón y se había caído por las escaleras, descalabrando al señor. Si el ataque no lo mató, el golpe en el coco lo acabó.

Juan Osorio no dijo más cuando comenzó a llorar. Y lo entiendo, quién querría seguir escuchando cuando la historia acaba con lloriqueos y una sopladera de mocos.

Mi perspectiva no cambió en ningún momento, las camionetas son quizás las enemigas de la colonia, por eso es por lo que muchas veces mi amiga Xóchitl me dice que si veo a una camioneta blindada, le corra. Pero ¿qué corra de qué? ¿de la camioneta o de la lluvia de balas que pueden crear las camionetas?

Así como a su papá le pasó, creo que es mejor correr de las personas que traen las armas, si no queremos terminar con el cuerpo hecho plomo.

Pero eso es cosa de la colonia, porque apenas salí rumbo a San Pedro, mi amigo Enrique me dijo que las cosas allá no eran como se las contaba acá. Ellos tenían luz y agua todas las noches, la colonia estaba bien protegida por una patrulla que vigilaba por las noches y que ninguna de las camionetas que estaban por ahí, tenían polarizadas las ventanas. Quizás es la perspectiva de cada quien, porque incluso yo, no tenía idea de que en Margaritas, la colonia en la que he vivido toda mi vida, pasaran esas cosas.

La Tormenta

agosto 31, 2023 Posted by M. A. Morán , No comments
La siguiente historia a continuación, fue mi participación para el concurso que llevó a cabo la Revista Frescazine para su edición de Relatos de Terror Octubre 2021, en donde gané el segundo lugar. Fue mi segunda ocasión participando en un concurso de este tipo, así que nunca me esperé conseguir un puesto. Durante la lectura se podrán notar varios errores de ortografía, puntuación y sintaxis, normalmente los corregiría para subirlo aquí, sin embargo, así tal cual, fue enviado a la revista, por lo que tiene un significado muy personal dejarlo tal y como está. 

Ver lo que he mejorado hasta el momento, no solo hace que me sienta orgullosa, sino que provoca un sentimiento de aprecio y ternura a la "yo" de ese octubre. Espero que en cinco años más, pueda ver mis entradas actuales con cariño, tal y como lo hago ahora.

Pueden ir a apoyar a la revista en su Instagram para que estén atentos a lo que sube y puedan participar en sus eventos. Un abrazo a las creadoras por haberme dado esa oportunidad.




La tormenta

Cuando era niña, en una tarde lluviosa de septiembre, mi familia y yo nos preparábamos en caso de que hubiera un apagón. Las luces parpadeaban en advertencia de que muy pronto estaríamos a oscuras.

Compramos velas y algunos encendedores para tener un poco de luz. No es que no estuviéramos acostumbrados a la lluvia, pero cuando la luz se iba en toda la colonia se ponía tan oscuro que los truenos daban escalofríos cuando se escuchaban a lo lejos romper entre el cerro junto con aquellos segundos de luz que provocaban los relámpagos al caer.

Mi madre solía cantarnos para que mi hermana y yo no tuviéramos miedo. Yo no me sentía intimidada por la lluvia o el estruendo, pero aunque quisiera, no podía evitar sentirme nerviosa. Éramos niñas. Nos sentábamos a sus pies escuchando su voz que de vez en cuando era opacada por el feroz sonido de los truenos. Había ocasiones en las que después de un rato nos quedábamos dormidas hasta el día siguiente donde ya casi no había rastro de que en algún momento durante la noche se hubiera desatado un infierno, pero esa tarde fue diferente.

La luz del día estaba desapareciendo muy lentamente. Aunque estuviéramos entretenidas viendo televisión o jugando con nuestros juguetes, sabíamos que en cualquier momento haríamos uso de las velas que habían comprado.

Papá siempre nos decía que éramos afortunadas en quedarnos dormidas después de un rato. Nosotras no sabíamos que después de una hora, las velas se acababan y todo quedaba en completa oscuridad. Mi hermana es mucho más pequeña que yo, así que es muy fácil asustarla, y la oscuridad era su mayor enemiga.

A las nueve de la noche la lluvia no había dado tregua y los relámpagos eran cada vez mas amenazantes. “Si la luz no se va ahora, seré yo quien corte la electricidad” papá comentó con ironía. Aunque mamá y yo nos reímos, podía sentir algo muy extraño en su tono, no eran sus típicos comentarios para hacernos reír burlándose de la situación.

Quizás fue la confianza que sentía con cada minuto pensando para mí que esa noche no habría un apagón, pero como si fuera una rápida contestación a mi certeza de irme a la cama con la luz encendida, un relámpago cruzó de esquina a esquina por encima de la casa haciendo que por unos momentos el silencio resultara abrumador y justo después el sonido del peor trueno que había escuchado jamás hiciera acto de presencia apagando todo rastro de luz que se viera dentro y fuera de las casas.

El primer grito vino de mi hermana, el segundo de mi madre tratando de encontrarla y el tercero fue mío. Una fuerte mano había tomado mi pie derecho mientras yo trataba de correr con papá.

La llama de una vela nos sorprendió, mi hermana estaba en los brazos de mi madre y ambas me veían a mi preguntándose porque había gritado mucho después de que la luz se fuera. No me asustaba tanto quedarme a oscuras, pero esa horrible sensación de frialdad que sentí al no poder moverme por culpa de una mano huesuda y con grandes uñas no la olvidaré jamás.

Comencé a llorar. Entré en un estado de nerviosismo puro que gritaba por mí unas palabras sin sentido, tratando con fuerza de explicar lo que había sentido sin sonar ridícula o mentirosa. “Solo lo imaginaste. El trueno sonó muy cerca así que debiste sentir un escalofrío” dijo mi padre tratando de encontrar lógica a mis balbuceos.

Es verdad, sí, tuve un escalofrío, pero no sabría decir si fue por ese ensordecedor sonido o por la mano fría aferrándose a mi pie como si buscara tomar impulso de mis movimientos.

No podía concebir que aquello hubiera sido parte de mi imaginación siendo que pude sentir cada uno de los dedos doblando sus articulaciones a mi alrededor, pero así había terminado el tema. Estuve pegada a mi madre la siguiente media hora. Mi hermana estaba quedándose dormida en sus piernas, ella tarareaba una canción de cuna y trataba de tranquilizarme, mientras que mi padre hallaba la forma de mantener una vela unida a otra con pedazos de cera que había encontrado en un cajón para que así tuviéramos más luz por un rato.

Al ver a mi hermana podía sentir envidia. Ella estaba tranquila tratando de dormir, mientras que yo me mecía de los nervios.

"¿Por qué no te recuestas? Verás que te quedas dormida muy rápido si te rasco la cabeza" me dijo serena tratando de aliviar un poco mi ansiedad. Yo obedecí, quizá sentir su mano acariciarme calmaría la frustración que sentía al no poder probar lo que había pasado, pero, para ser honesta ¿para qué querría probar aquello? Era mejor si lo dejaba por la paz y me decía a mi misma que había sido solo parte de mi imaginación.

Internamente comencé a repetir que no había pasado nada, había sido una fantasía que mi mente cansada de la lluvia había creado por capricho. “No fue real” me decía y fue así que finalmente pude quedarme dormida escuchando el gentil tarareo de mi madre.

Una horrible voz desde el interior de mi cabeza me llamó usando un tono enfermizo mientras unos rasguños sonaban a lo lejos. Me removí un poco buscando algo con que taparme, pero me di cuenta de que aún estaba en la sala de estar. Abrí los ojos viendo la oscuridad que ya me esperaba, escuchaba los ronquidos de mi padre acostado desde el otro sofá y al palpar el lugar en donde yo me encontraba me di cuenta de que estaba en una colchoneta que habían puesto ahí para pasar la noche.

Levanté mi mano en busca del sofá y pude sentir la mano de mi hermana colgando desde arriba. Estaba dormida con mi madre, acurrucada en su pecho como una bebé.

Me levanté para ir al baño. Escuchar la lluvia caer por horas hizo que tarde o temprano las ganas de mear se hiciera algo inevitable, no tuve de otra que poner mi mano en la pared para ir guiándome hasta el piso de arriba buscando la puerta del baño.

Me senté en la taza pensando en terminar lo más rápido que podía y así finalmente regresar a donde estaba mi familia, pero una voz, la misma voz obscena que había escuchado entre sueños me llamó por mi nombre desde la parte de arriba de la cortina del baño. No me moví un centímetro mientras escuchaba su respiración. Me sentía como si fuera una presa, un insecto atrapado en la red de una araña que estaba esperando una señal para echarse encima. Con el rabillo del ojo, traté de ver que era, pero apenas podía ver una parte de la silueta delgada que se sostenía con dos brazos esqueléticos. Comencé a sollozar pensando en gritarle a mis padres, pero si no llegaban a tiempo ¿qué clase de escena verían? Cerré los ojos con fuerza y me quedé ahí, estática, esperando junto con aquella cosa que me observaba.

No sé cuanto tiempo estuve ahí, pero estaba segura de que apenas habían sido minutos. La voz de mi madre junto con el suave toque de sus nudillos del otro lado de la puerta me sacó del escenario en el que yo misma me había metido.

Abrí la puerta en busca de sus brazos y ella, tomándome también, acarició mi cabeza y me llevó de vuelta a dormir a la sala. Pensando que todo había terminado, la oscuridad de la habitación fue mi refugio, hasta que un feroz relámpago encendió por unos segundos mi alrededor dejando ver que una criatura descarnada, huesuda y con la cabeza al revés estaba parada en el marco de la puerta. Me desmayé segundos después dejando que todo aquello se lo llevara la noche.

Al día siguiente todo parecía en su lugar. La lluvia no había dejado rastro de que hubiera estado ahí gracias al sol que ya calentaba a tempranas horas de la mañana.

Nadie me creyó, ni mi madre, ni mi padre. Ahora cada que llueve, tengo miedo de toparme con aquella criatura de nuevo, tengo miedo de que vuelva a verme con esos ojos saltones carentes de alma y esa sonrisa que me decía que no tendría reparo alguno en dejar atrás un sangriento desastre.