Su cálida voz resonó en toda la habitación, en una vibración que desconcertaba a cualquiera, parecía que estaba esperándome. Sonreí cuando la vi acercarse a mí con pasos cansados y se restregó. Yo la hice a un lado y me senté en la mesa para continuar. Saltó a mi regazo y volvió a soltar otra vibración que resonó desde lo más profundo de su garganta. Todo su cuerpo vibró también.
Mi amada compañera, siempre al borde de la mesa esperando a que su atolondrada madre, llena de sueños infantiles que abarcaban desde ser cantante hasta ser una afamada y reconocida escritora, se fuera a dormir. Nuevamente habló, pero esta vez mi cansancio me hizo oírla.
—Son más de las 4:00 AM, madre —dijo ella. Me asusté, cerré la libreta y la miré.
—Te amo —dije —, pero no vuelvas a hablar jamás en tu vida.
Después de eso, los ojos felinos se cerraron lentamente y luego abrieron. "Ya entendí" fue lo que pensé que me había dicho.
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